domingo, 31 de enero de 2010

La francesita

Esta es una “narración poética” (aunque usted no lo crea) basada en una historia real, que transcurrió durante la noche del domingo 31 de mayo, y la madrugada del 1 de junio de 2009. No revelaré qué es lo verdadero y lo falso. Sólo puedo decir que fueron momentos interesantes. Jaja.

La francesita

Situación, escenario, tiempo y espacio:

A fines de mayo una convocatoria me aleja de mi ciudad.
Cuarenta años después de la tierra sublevada.
Cuarenta años después de aquel cielo del ’69.
Evidentemente son otros tiempos...
Recorro las calles de una gran ciudad del mundo.
Las esquinas en particular, son la residencia
de grandes misterios cotidianos, al parecer.
Pero no me sorprende la hora de regresar
y la lluvia me invita a correr buscando la salida.
Llego al colectivo, luego de evadir la persecución del agua.
Tenía, inevitablemente, la esperanza de no tener
que compartir el lugar con algún viejo insoportable.
Respiro aliviado al ver que a mi lado estará una joven muy bella
de aspecto singularmente pacífico y armonioso.
Cenamos sin hablarnos un momento, hasta que me pide que la ayude
con su mochila, ya que tenía un peso complicado de vencer.

Crónica (ella y yo):

Me decido a hablarte, al ver tu serena lectura,
animada por tu sonrisa tan despierta.
Partimos desde el mismo lugar pero tenemos rumbos diferentes.
Me preguntas mi edad y yo me intrigo por saber
cuántas mañanas hay detrás de tus ojos tan resplandecientes.
Ambos estudiamos, y nos vamos hasta las nubes
cuando me dices que vienes de Francia, de vacaciones unos meses.
Nos entusiasman, entre risas inconscientes,
la historia y la filosofía de tu primer mundo.
Pasan las horas, y ya nos miramos de forma diferente.
Ya nos reímos de forma diferente...
Me sonríes con aires de libertad y tus labios
comienzan a envolverme suspiro tras suspiro.
Nuestros ojos insinúan atrevidamente que debemos
unir los continentes con un beso apasionado.
Me pregunto, mientras hablamos de The Cure,
si será posible sumergirnos en el mar de las caricias.
Me interrogas suavemente con tus cabellos
tan encendidamente enredados, delicados como
las rosas más rojas que he visto florecer.
La geografía de tu rostro me invita a recorrer
cada intrépido centímetro de la frescura de tu piel.
La humedad de tus labios me desafía a desconocer
el temor que nos separa, aunque no sepas
que soy más fácil que la tabla del 3.594.
Te acercas cada vez más, y decido esperar que suceda.
En la pantalla comienza una película...
Con la torpeza que me caracteriza, te comento
escenas del film que estamos viendo...
hasta que me recuerdas que la película es francesa.
Te ríes de mi estupidez un poco más que yo.
Las risas se nos escapan clandestinamente
y son más valientes que nosotros,
se declaran apasionadamente
herederas de la luna,
amorosas de la vida.
Tus pétalos se mecen, brillantes, sobre
nuestros rostros, cada vez más cerca.
Las miradas dicen más de lo conveniente.
Tus ojos te traicionan y adivino intenciones
más peligrosas que las mías.
Nuestros brazos se contradicen mientras
nos debatimos por construir
figuras geométricas yuxtapuestas.
Podrías hacerme lo que quisieras,
podría hacerte lo que quisiera, pero...

Conclusión (hipotético-deductiva)

Tuvimos razones (entendibles o no)
para no invadir a nuestros cuerpos.
Rindiéndome como la flor entre tus labios,
soltándote como la noche entre mis brazos,
nos deseamos dulces sueños.
Te vas a dormir más adelante y yo me quedo en
el mismo lugar, consciente de que seguiré despierto.
Sigo pensando, te vas a Mendoza, y yo hacia Mercedes.
Sigo pensando... y mientras voy a buscar el café para desayunar
contemplo la alegría de tu rostro, celosamente protegido
por trazos rojos, descendiendo por tu arcoiris de cristal.
Tuvimos razones (entendibles o no)
para no invadir a nuestros cuerpos.
El sol se empecinaba en competir con tu sonrisa somnolienta,
llena de colores vivamente armónicos,
sin darse cuenta de que al iluminar tu humanidad
el reflejo de un jardín perfumado era deliciosamente
irradiado por tu figura recostada.
Sentí que debía acariciarte levemente
y luego me cuestioné creyendo que eso es cosa
de películas de Hollywood.
Me pregunté si acaso nuestras bocas o nuestros cuerpos
podrían cumplir las jodidas leyes de la dialéctica.
El colectivo detuvo su marcha, llegó el momento de separarnos.
Te despiertas y me buscas felizmente
como si hubiéramos hecho el amor...
Nos encontramos calurosamente y nos despedimos.
Quisimos, querer, hicimos, hacer.
La conjugación se contuvo a cada instante.
Tuvimos razones (entendibles o no)
para no invadir a nuestros cuerpos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario