domingo, 31 de enero de 2010

Don Juan y su bella dama (recuerdos de un ex peronista)

Este texto está inspirado en el título de una telenovela argentina de hace algunos años. Para desenvolver mejor el relato, me pareció adecuado situar la trama en el 17 de octubre de 1945. Se trata de un trabajador que concurre a la manifestación para exigir la libertad de Perón, y que conoce a una mujer de clase alta, quien siente simpatía por las causas populares. Aclaro que la idea era divertirme un poco. Tal vez algún caído del catre, o alguna colgada, podrá pensar que soy o que fui peronista. ¡Pues no! Jaja.

Sepan que últimamente estoy transitando por el anarquismo literario, así que no me jodan con la métrica, la estructura y todo eso. Después de todo, éste es un país poco serio y cualquiera escribe, así que seguro que a alguien le interesará (para felicitarme o para insultarme). Ja. Un abrazo.

Don Juan y su bella dama
(recuerdos de un ex peronista)

La claridad del día marchaba sobre la avenida.
La distancia acalorada, ligeramente alfombrada.
con matices urbanos que se incrustan sobre la superficie.
Los pies, vaya si lo sienten.
Una pesada jornada de trabajo
transpirada a cada minuto,
susurrada por el viento popular.
Y allí estaba, justo al doblar por la esquina,
vestida de telas foráneas, perfume importado
y acento extrañamente argentino.
Coqueteamos misteriosamente.
Nos buscamos, nos alejamos.
Nos buscamos, nos encontramos.
No suelo frecuentar este lugar.
La fuente no aparece derretida, los pies piden auxilio,
y hacia allá van, a sumergir el esfuerzo obrero un instante.
Ella recorre con frenesí las huellas hacia la bodega que está
a unas cuadras dejando atrás a aquel que la custodiaba.
Observo que la puerta se rinde, y su ingreso a nadie sorprende.
Empiezo a creer que su atrevimiento lleva más de una victoria
contra su condición de mujer preciada, lejana de nuestra clase.

Las consignas se conjugan con suspiros
y decido escaparme con disimulada ansiedad.
La bodega se deshace a su andar.
Las miradas sólo caben en su camisa de seda,
los muchachos se desdicen por seducirla
y está con todos y con nadie.
Me aproximo, tímidamente enmascarado en
mi mejor sonrisa y la invito a compartir unas copas.
Rápidamente, se da cuenta de que no será mi primera copa.
Su intrépida risa me rodea, y sus labios me envuelven contra la ventana.
Me desentiendo brevemente...

La canción se entromete en la sala
y ella entona suavemente la letra callejera.[1]
Toma mis manos y me invita a seguir degustando

la deliciosa tarde encandilada.
Conversa, me acaricia y me regala improvisadas sonrisas
mientras lee un pequeño libro de poesías.
Me insulta y se ríe, me dice que le agrado.
La marcha comienza a desvanecerse
y ya no me interesa la lealtad al coronel.
Nos internamos, ya de noche, por las calles de la ciudad.
La copa se desprende de su sonrisa y
recorre mis pensamientos más descuidados.

Antes de la despedida, le digo que quiero hablarle a solas
y clandestinamente partimos hacia una plaza abandonada.
Antes de que se vaya, consigo, cual hazaña extraordinaria
la conquista de un beso apresurado y desmedido.
Se aleja velozmente, y su figura se pierde bajo la luna y las estrellas.
Me pregunto si volveré a degustar sus labios otra vez.
Mis castigados pies avanzan sobre la calle peregrina.
Vuelvo a la bodega, tratando de recordar todo lo que pasó.
Todavía estaba la botella que abandonamos.
Mi mente, preocupada y agitada, se llenaba de alcohol y cigarrillos.
Asombrado y confundido[2], me refugié en la sonrisa de la luna.
Dibujando la salida de cristales sumergidos,
en esa noche delicada de razones y creciente de pasiones,
comienzo a recordar... que la dama era la más bella
y descubro que mis labios se hartaron de tanta dulzura consumida.
Los muchachos pasearon por la gran ciudad.
Las aventuras de grandes héroes fueron opacadas ese día.
Los obreros de mi pueblo se vistieron de alegría.
Y entonces recordé la anotación que me escribió la dama.
En el bolsillo adormecido de mi camisa descocida
atrapado estaba el pequeño papelito.
Decía más o menos así:

“a la historia la hacen los hombres, según Karl Marx”.[3]
Y comprendí que tenía razón aquella dama.
A la historia la hacen los hombres, como los compañeros de mi pueblo.
Y me quedé a la luz de las velas, recorriendo mi propia historia.
Pues sí, esta es la historia
de don bello y su damajuana.


[1] La canción a la que se hace referencia, es aquella que versaba: “Yo te daré, te daré patria hermosa / Una cosa que empieza con P: Perón”.
[2]
Expresión que pertenece a la canción de Led Zeppelin, en inglés “Dazed & Confused”.
[3]
Entiéndase como género humano. No es la intención hacer una defensa del machismo, y mucho menos, desconocer la indispensabilidad de las mujeres en la construcción de la historia. ¿Me explico?

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